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EL OBJETO COMO CLIENTE

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Con cada encargo aparece una nueva oportunidad de proyectarse hacia el futuro.

Y con cada cliente, nos enfrentamos constantemente a las distintas variables que tenemos que atender. Necesidades espaciales, programáticas, tanto domésticas como empresariales, e incluso deseos, voluntades y antojos que debemos contemplar.

En cierto sentido, nos hemos (mal)acostumbrado desde la práctica, que tanto el cliente como el usuario son sujetos con características similares y que el proyecto termina resolviendo las necesidades de ambas partes con artilugios arquitectónicos semejantes.

 Resulta indispensable entonces, cuestionarse sobre cuáles son los “problemas” que el arquitecto debe enfrentar cuando el cliente se transforma en un objeto.

Objeto para el que los típicos malabares de la arquitectura ya no le sirven y es necesario estudiar y especular sobre él, antes de comenzar a proyectar.

Así comenzó nuestra historia para la obra La puerta de hierro. En una casa típica en la zona de Carrasco, Montevideo, en la que se debía proyectar una tienda gourmet para la exposición y venta de vinos.

El local debía contar un relato y manifestarlo desde las distintas sugerencias e insinuaciones que el producto podía provocar, proyectar una narración perceptiva para los distintos usuarios que visitaran la tienda; que lograran ser sorprendidos desde el conocimiento y reconocimiento del producto, llevarse una experiencia y aprender de ella.

Fue imprescindible para comenzar a trabajar, poner a todo el equipo de proyecto a observar y aprender del objeto y de sus distintos procesos. Entender sus descendencias, sus tonos e incluso los rituales y hábitos que acompañan a quienes disfrutan del vino.   

El estudio se propuso sectorizar el local con distintas actividades que acompañan al vino, desde la compra de cristalería como la venta de ciertos alimentos gourmet, que, en una combinación de sabores, propusieran degustar y contemplar el aroma, sabor y textura de las distintas cepas.

Es así que mientras el usuario recorre esta tienda tan particular, comienza a descubrir ciertos elementos arquitectónicos que se ponen al servicio del vino, antes que para el sujeto que lo consume.

El proyecto y el detalle de estas piezas lograron contemplar las particulares dimensiones y posiciones en que la botella podía ser expuesta y acompañados por elementos de destaque, el diseño de un peculiar circuito circulatorio y un trabajo singular sobre los revestimientos, se materializaría la experiencia.

La expresión del proyecto se percibe máxima cuando el usuario debe abandonar el local. Obligado a salir por el mismo lugar por donde entró, se encuentra con “la última fachada”. Así le llamamos a la vista que tendrá el sujeto en el momento de salir de la tienda tras haber vivido la experiencia.

Esta imagen solo se vería completa luego de haber recorrido toda la obra.

Ivanna Bello.